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REVISTA
Anualmente la Cofradía de la Pasión de Cristo edita un libro-revista. Su finalidad es múltiple: dar a conocer todo lo que la Cofradía ha realizado a lo largo del año, publicitar su gestión económica, anunciar los actos programados para la Semana Santa en curso, y ser una publicación que, con prestigiosas e interesantes colaboraciones, sea un compañero en el salón de casa al que recurrir con agrado para ilustrarse, conocer nuevos aspectos de la semana más grande para los cristianos, o simplemente para disfrutar con estupendas fotografías. El libro-revista de los verdes ha contado con valiosos colaboradores como Dña. Paloma Gómez Borrero (famosa periodista y escritora especializada en noticias referidas al Papa y al Vaticano), D. Federico Trillo Figueroa (ex Ministro de Defensa y ferviente semanasantero de Caratagena), y habitualmente escriben en el mismo personalidades del más alto nivel como D. Manuel Gea Rovira, D. Jesús de la Ossa Abril, D. Antonio González Noguerol, etc.
Esta es la portada de la última edición de la revista. Se trata de un bello dibujo de D. Cosme Fernández Matallana:
Y esta es la portada de la revista del año 2007, obra de Fotos López:
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Y a continuación vamos a reproducir una serie de artículos que aparecieron publicados en la revista del año 2007. Los artículos son los siguientes:
* “La procesión de la Cofradía de los verdes, camino de la Tercia y la Iglesia de la Magdalena”, por D. Manuel Gea Rovira, escritor y académico.
* “¡Míralos, por ahí vienen “los verdes”!”, por D. José Rogelio Fernández Lozano, Presidente de las Cofradías del Santo Silencio y del Santo Sepulcro de Moratalla. * “Diez años de la Pasión de Jesús en Cehegín”, por D. Domingo Andrés Bastida Martínez. * “La Saeta”, por D. Guillermo Sena Medina, Teniente Fiscal del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, Ceuta y Melilla. * “Notas históricas de la Pontificia, Real y Venerable Cofradía del Stmo. Cristo de la Esperanza, María Santísima de los Dolores y del Santo Celo por la Salvación de las Almas”, por D. Miguel López García, Secretario General de la Cofradía. * “Santa María Magdalena según la Iglesia Católica”, por el Rvdo. D. Serafín Campoy Reinaldos, Parroco de Sta. Maria Magdalena. * “Una década en verde esperanza”, por D. Antonio González Noguerol LA PROCESION DE LA COFRADÍA DE LOS VERDES, CAMINO DE LA TERCIA Y LA IGLESIA DE LA MAGDALENA. Por D. Manuel Gea Rovira, escritor y académico. A la noche del martes santo del 2006, once de abril, la tachonaron de estrellas los duendes del firmamento, bajo la batuta de Dios. Se asomaba desde la adoración de la Trinidad la feliz criatura celestial de la seguidora de Jesús, María Magdalena y un halo de misericordia salvaba en el último instante de su arrepentimiento a Judas, destrozado por la negativa de Jesús a constituirse en un rebelde nacionalista que hubieran querido otros y quizá Judas, en lugar del Redentor de las almas . Con todo, la venganza antijudía de Pilatos lanza su afrenta a los mandamases del Templo, ordenando que se escriba ( I.N.R.I. ) “Iesus Nazarenus, Rex Iudeorum”, en lo alto de la cruz... Salía la procesión con el piquete de honores militares - los Gastadores, de la Base Aérea de Alcantarilla- y la estampa de la juventud adueñose del ambiente, con sus tambores y cornetas, la Sección infantil y su paso del Divino Niño Jesús de la Cruz, con el estandarte. El mandamiento procesional de la Cofradía, estaba pregonado por el Estandarte principal, sostenido con brazos firmes. Las puertas de la bella y franciscana iglesia de san Esteban o de la Virgen de Las Maravillas, se abrieron para el trono de las 33 mujeres de María Magdalena, vestidas de viola tricolor cual flor del campo, cual siluetas delicadas de espigas en sazón, que se canta en el evangelio cristológico. ¡Ay! de los compases musicales del honor español, al girar las dos hileras de nazarenas sin capuz, su trono del conventual asombro.
Foto: López
No se, si una alegría interior quedaba traspasada en cada muchacha andera, por la luz de las 24 tulipas del trono, o si una tristura envolvía el rostro de la mujer de Magdala, ante la cercanía del Cristo vendido por el beso del engaño. Se movía la procesión en el atrio conventual, como si el canónigo encargado de la liturgia catedralicia moviera las dos figuras sagradas siguiendo las pautas de un canon eclesiástico y fueran sus auxiliares el capellán que fue, fray Angel Nicolás y el que le sucede en la gloria cofrade, fray Emilio Martínez Torres, discípulos fieles del santo de Asís, para ejemplo de la Semana Santa más antigua reencarnada en la de Los Verdes. La presidencia religiosa, civil y militar, los distinguidos representantes de la Junta Central y de otras Cofradías e invitados, se vieron pronto en la emblemática calle de Begastri. El Tercio de romanos, las Bandas de Música de Bullas, y Cehegín, entregaban el oro y la mixtura de áloe. Los compases musicales traían sensaciones y viejos recuerdos de Betsaida y Jerusalén. Los grandes compositores de las calles de Cehegín, revivían sus antiguos pentagramas. Un dúo de Bandas de Música competían en el esplendor de la noche redimida de soledades. Y sus acordes de madera y metales, subían a los aleros de los tejados dieciochescos para que trinaran los vencejos y las golondrinas adormiladas. Ya el Camino Verde nos conducía sonoramente hasta la embocadura de la antigua Tercia, tras saludar al alpargatero anónimo que vela las noches del antiguo Partidor de las aguas, camino de la ermita del santo Cristo. La memoria del verde y el cáñamo de la vega, de otros tiempos, es el mismo camino en medio de la barriada actual, transición entre el Cehegín “del Barrio” y el “Cehegín de arriba” o “Cehegín” a secas, de nuestra infancia. La cámara de Televisión local tenía al micrófono la voz del notable músico, escritor y cofrade, Alfonso Gil González, que se hacía cruces de admiración con el expectante pueblo acordonando el recorrido y la brillantez del desfile severo. El itinerario urbano retrataba en la calle de La Tercia, los estilos del barroco murciano, sin confusión con los barros medioevos.. Las fachadas funcionales daban paso a los maestros alarifes en amplios planos de huecos preciosos. Las balconadas ilustres invitaban a doblar las cuatro esquinas para enfilar la Cuesta de la Princesa, actual Cuesta de Moreno. La medianoche no se rasgaba las vestiduras por la competición de anderos y anderas, de costaleros y costaleras, subiendo en volandas el repecho de enormes edificios hasta la plaza del Mesoncico. Ya llegaba el excapellán de la Cofradía, ahora superior del convento de Almería y el también rector del convento de Cehegín, fray Emilio Martínez Torres , actual capellán de figura alta y espigada, y sabíamos que es el fundamento espiritual de la Cofradía. No podía evitar que mis ojos se recreasen en la estética de las filas y en la discontinuidad de líneas rectas y oblicuas, de los aleros de teja acanalada. ¡Qué cortinas de agua de lluvia, caen por sus hileras de tejas amorosamente pegadas con yeso vivo!…Las recias jornadas de pan cenceño con tocino para la navaja de los albañiles que fueron y dieron el lustre a tantas casonas y palacetes, con sus rejerías de buche de paloma y balconadas. Allí donde es fácil encontrarte con el antiguo palacio, dividido en dos, de la manzana número 9, donde la familia Cuenca nos legó su escudo cuartelado, con su cruz de Calatrava y torre de oro. No presumías de erudito, si te venían a la memoria las familias Carreño, Fajardo, Ruiz de Assín, Santos Navarro, Sánchez de Amoraga, y Jiménez de Quirós ya en la Cuesta Moreno, (antes de Princesa). los Servando, el Duque de Ahumada en la calle Mayor, los Chico de Guzmán, Amancio Marín, Alvarez Castellanos, de Béjar Jiménez, y las sagas cehegineras que dotaron a Cehegín de este callejero sensacional por su potencial de edificaciones que prestigian al pueblo de nuestros amores. Por allí pasábamos con la procesión de Los Verdes.
Foto: López
El juego de luces en cada tramo de calle, donde se entrecruzan los tejados como si estuvieran jugando a la recta y la oblicuidad arquitectónica, y los faroles y ventanas fueran caprichosas secuencias de las locuras de albañiles sin academia. Las cuestas arriba, ennoblecían los espíritus y tras saludar el arte de una albañilería imposible en la calle Mayor, pasada la pausa monumental de excepción en la plaza del Mesoncico, ingresábamos en la Iglesia Mayor de La Magdalena, con los tres pasos de la Cofradía para vivir el punto final de su exhibición final. El escenario era herreriano de estilo. Los movimientos de los tres tronos y esculturas, al compás de la mejor música de Banda, creaban el poema estético y litúrgico que premia a los participantes, mientras el gozo se mezcla con el cansancio de los anderos y anderas y la lágrima asomaba alrededor de la sección infantil. Una puja divina y evangélica entre los dos tronos bajo la mirada del ínclito Alfonso y sus dirigentes, en el rito y la púrpura, el poema y la cantiga. Las marchas procesionales besando al recital de sonetos. Toda la bóveda del templo restaurado, que estalla en mil ecos de emociones y un devenir de la historia ceheginera, al habla de generaciones pretéritas que alumbran a los jóvenes de hoy, que crecen en su autoestima. El esfuerzo coronado de laurel de los anderos y anderas, querían decirle a Francisco y Alfonso Ciudad, que del gozo en el sufrir, de los muchachos y muchachas casi quineañeros, podían sentirse orgullosos, que transportar la rica imaginería por los caminos verdes del alma ceheginera, equivalía a invocar al Cristo que nos redime de nuestras apatías e insolidaridad. Que habían empujado al unísono sus prendas del alma, hasta las torres de homenaje del castillo con su almenar cristiano. El simbolismo de la Pasión y muerte de Cristo, para poder vivir su triunfo de la Resurrección. Los galones militares eran testigos y notarios del Reino, en ejercicio de sus condecorados pechos, ordenando a sus Gastadores que presentaran armas ante la plaza mayor de la antigua fortaleza del Cehegín gótico y cristiano, con sus treinta y tantas torres de defensa, hoy consagradas por las mil gestas cristianas desde el glorioso Begastri, en los aledaños del convento franciscano inmortal.
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¡MÍRALOS, POR AHÍ VIENEN LOS VERDES! Por D. José Rogelio Fernández Lozano, Presidente de las Cofradías del Santo Silencio y del Santo Sepulcro de Moratalla. Cuando Paco Ciudad y su hijo Alfonso me pidieron, estando sobre el escenario de la Casa de la Cultura, unas palabras hablando de la Semana Santa de Cehegín, pensé: me lo han puesto difícil. Cómo puede un moratallero de raíz tamborista escribir de cofradías y desfiles procesionales ajenos a su experiencia. Yo no tuve en mi infancia una investidura como nazareno-cofrade, tal como le ocurrió a Jesús de la Ossa. Él expresó maravillosamente esos momentos grabados en su alma limpia de niño, cuando su madre lavó su cara “con blancas e inmortales manos” y lo inició en el ritual de la Semana Santa ceheginera. Las manos catalanas de mi madre me vistieron amorosamente con la túnica. Mi padre, entonces, me colocó con mucha solemnidad el cincho, colgó el tambor de pieles de cabra y oveja, y cogiendo mis pequeñas manos entre las suyas me enseñó cómo sujeta los palillos un moratallero. Así recibí el bautismo como nazareno-tamborista y quedé investido con la túnica multicolor; el cincho de gancho férreo; los ágiles, estilizados y rebeldes palillos y el tradicional y esforzado tambor de cuerdas. Desde aquel día mis recuerdos de infancia están ligados al mundo del tambor, y evidente es que mi ansiada incorporación a las cofradías y a la Semana Santa religiosa de mi pueblo no sólo fue tardía, sino casi reciente. Foto: López Para cumplir el encargo de este artículo tampoco he recibido el don de la palabra de Salvador García, ni la lograda construcción de Gea Rovira o la resolución en el mensaje de Alfonso Gil. Lo que sí puedo expresar son mis sentimientos y sensaciones. Llevo dentro de mí el espíritu nazareno, esa fuente y luz de inspiración del cofrade penitente. Y con este ligero bagaje desligado de lo material, me acerco a la Cofradía de la Pasión de Cristo, de la hermana ciudad de Cehegín. He hablado con sus cofrades, he escuchado sus anhelos, sus ilusionados proyectos, sus realizaciones y hechos expuestos bajo el manto verde de la humildad y la sencillez que los caracteriza. Puede ser que algunos se fijen sólo en la parafernalia y en la ornamentación. Tal vez todo eso acompañe a esta joven y madura cofradía. Pero hay mucho más. Ellos quieren y consiguen ser espejo donde se miren creyentes, indiferentes y gentes de otras creencias. ¡Míralos, por ahí vienen “los verdes”! Son testigos. Son ellos mismos el propio escaparate de lo que guardan dentro y a la vez quieren mostrar y su Procesión desvela el contenido y nos traslada esplendorosamente el mensaje de Cristo. El Presidente Paco Ciudad me ha hablado de las ideas nuevas y las vivas iniciativas; he sabido de la captación de recursos y su adecuada utilización por boca de Alfonso Ciudad, que permiten una generosa obra social y cultural a la cofradía; conozco la positiva actitud de Pedro González con las huestes infantiles, cantera y herencia; he oído de la predisposición de Diego Amores y su esposa; de la mano izquierda de Isidro López en sus relaciones públicas; de la artística sabiduría artesanal y la sobriedad humana de los hermanos González Cava y he confirmado la omnipresencia de Antonia González, la buena samaritana, de cuya agua beben muchos quehaceres y actividades de la cofradía, como era lógico esperar. Y sé que cuenta esta cofradía en su haber con dos autoridades, que conozco, con una visión amplia de la gestión pública, José Soria y Nicolás del Toro, cuya experiencia ponen a disposición de la directiva cofrade. Muchos nazarenos, muchos anderos y anderas, romanas, samaritanas, la sección infantil y todos los que componen esta cofradía, son ejemplo para otras y señuelo, fuego emprendedor y manantial donde acercarse y quedar empapado de su dedicación y del sentido de religiosidad que, a estas gentes, les anima. **** DIEZ AÑOS DE LA PASIÓN DE JESÚS EN CEHEGÍN
Por D. Domingo Andrés Bastida Martínez "¡Qué diferentes voces eran: quita, quita, crucifícale y bendito sea el que viene en el nombre del Señor, hosanna en las alturas! ¡Qué diferentes voces son llamarle ahora Rey de Israel, y de ahí a pocos días decir: no tenemos más rey que al César! ¡Qué diferentes son los ramos verdes y la cruz, las flores y las espinas! A quien antes tendían por alfombra los vestidos propios, de allí a poco le desnudan de los suyos y echan suertes sobre ellos." (San Bernardo)
Hablar de la Semana Santa de Cehegín es remontarnos al último tercio del siglo XVI, e introducirnos en una época donde los aires renacentistas en España se inician sin cambios bruscos dando paso poco a poco a la modernidad. Se caracteriza este periodo por la brillantez en la cultura española del siglo de oro. En el siglo XVI, la península Ibérica se convierte en el centro del pensamiento católico, debido, en primer lugar, a la notable expansión de la educación en España y sus conquistas en el llamado Nuevo Mundo.
El origen de las cofradías en nuestra península es relativamente moderno, se constituyen en su mayoría en el siglo XVI, tal y conforme las concebimos actualmente, es decir, como asociación religiosa que procesiona a unas imágenes dentro de la Semana Santa. Con anterioridad, existían las cofradías denominadas gremiales, por estar conformadas por determinados gremios, algunas de las cuales han llegado hasta nuestros días. Foto: Juan Martínez
Es en el denominado Concilio de Trento, iniciado por Paulo III en 1545 y que tras múltiples interrupciones y 22 sesiones se clausuró por Pío IV en diciembre 1563, donde se reglamenta la práctica litúrgica, lo que unido a las nuevas tendencias hacen posible que se potencien las procesiones de penitencia, al considerarlas como culminación externa y solemne de la vida cristiana vivida en silencio durante todo el año, entendiéndose esta una manera de acercar la liturgia oficial de la Iglesia a la calle y por ende al pueblo. En su sesión vigésimo quinta, dicho Concilio ordenaba a los obispos que "enseñasen que por medio de las historias de los misterios de nuestra redención, representadas en pinturas u otras reproducciones, se instruye y confirma el pueblo en el recuerdo y culto constante de los artículos de la fe".
Como consecuencia de esto, la Iglesia auspició la creación de cofradías, o bien a la transformación de las antiguas congregaciones y gremios y las incipientes cofradías de pasión en corporaciones barrocas de penitencia, que atrajesen a las multitudes para contemplar el Misterio de la Redención. Dos Obispos de la diócesis de la iglesia de Cartagena, Esteban de Almeyda 15-VII-1546 + 23-III-1563, y Gonzalo Arias Gallego, 22-VII-1565, 28-IV-1575, estuvieron presentes en las deliberaciones del mencionado Concilio. Pero volviendo a esta ciudad del noroeste murciano, en la actualidad la Semana Santa de Cehegín está compuesta por diez cofradías que, constituidas en torno a la Junta Central de cofradías, vienen a ser las depositarias de todo un pueblo entroncado con su historia y tradición. Las cofradías penitenciales de Cehegín son las garantes de la fe y las creencias de sus mayores, que durante el paso inexorable de los siglos han sido referentes únicos la grandeza de su Semana Santa. Siguiendo el “Reloj de la Pasión de Jesús” u “Horario de la Pasión”, del siglo XIX, como también se denomina a una serie de meditaciones sobre la Pasión de Cristo, en la hora nueve del Jueves Santo, Jesús “es entregado por Judas, preso, cargado de cadenas y abandonado de sus discípulos. ¿Y no le has entregado tú también alguna vez?”. No han de servir las procesiones solamente como espectáculo tradicional y folclórico de la manifestación de un pueblo, también ha de ser una vía para la reflexión y la meditación del cofrade, más allá de éste, de vestir el traje penitencial y formar parte del cortejo pasionario. Las cofradías deben de ser un lugar de encuentro en la palabra y obra de Jesús de Nazaret, y en consecuencia deben de obrar los propios cofrades, siendo con sus actitudes y obras un reflejo consecuente de proceder y actuar según dictan los evangelios. “Y el que le entregaba les había dado señal, diciendo: Al que yo besare, ese es prendedle. Y en seguida se acercó a Jesús y dijo: ¡Salve Maestro! y le besó” Mt 26; 48-49 La Cofradía de la Pasión de Cristo de Cehegín, viene procesionando desde hace diez años una de las primeras escenas de la pasión en ser representadas, los primeros ejemplos conservados datan del siglo IV y, desde entonces, no cesó de representarse a lo largo de la Edad Media. A menudo la traición y prendimiento del Nazareno se combinan con el “ósculo” de Judas, como elemento principal, quedando solamente sugerido el momento del prendimiento. Vengo en felicitar, sinceramente, en la persona de su entrañable Presidente, D. Francisco Ciudad de Maya, y extensible al resto de los hermanos, la labor que la Cofradía de la Pasión de Cehegín vienen realizando desde hace diez años, cuando se inició su andadura con aquel proyecto ilusionante de 1997 que es ya hoy una plena realidad, identificada plenamente dentro de la Semana Santa de Cehegín, y que sin duda dejará su huella dentro de los anales de la historia pasionaria ceheginera. No me cabe la más mínima duda de que en el crecimiento y éxito organizativo de los cofrades de la Pasión de Cristo, habrá tenido su influencia Nuestra Señora de las Maravillas, que bajo su manto protector cuida y vela de la hermandad de “los verdes”. Que así sea junto a la bendición de su Hijo, Nuestro Padre Jesús Nazareno. Desde Cartagena os mando mi más sincera y fraternal enhorabuena por este “X Aniversario”. ****
LA SAETA
Por D. Guillermo Sena Medina, Teniente Fiscal del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, Ceuta y Melilla. Se ha parado el tiempo: “Viernes Santo. Pilatos, desde el Litóstrotos, entrega al Cordero Divino /con la corona de espinas/ de junquillo marino/ que le traspasan las sienes”. Cristo enclavado avanza con los brazos abiertos cimbreando su figura a dos palmos de los balcones florecidos. La noche extiende su negrura sobre el crepitar de los hachones. Silencio. Pero una voz, llegada por los caminos antiguos del amor y de la pena, del dolor y de la esperanza, del sentimiento y de la belleza rompe la quietud del instante quebrando cristales en el alma y purificando corazones cansados: es la saeta.
¿Qué es la saeta?
Es la manifestación ardiente del Flamenco religioso mitad cante y mitad oración, o mejor, toda una oración cantada que nuestro pueblo ofrece a Jesús en las fechas de sufrimiento y devoción de la Semana Santa. En palabras del gran cantaor y saetero Antonio Mairena es “dardo que va directo al corazón”. El Diccionario Manual e Ilustrado de la Real Academia (T.V, p. 1998) da esta definición, readaptando la primera sobre la saeta religiosa que publicara ya en 1803: “Jaculatoria o copla breve de carácter religioso que se canta en algunas procesiones y especialmente en las de Semana Santa”. Ricardo Molina escribía: “las saetas son efusiones religiosas del alma andaluza que conjugan sabiamente (con intuitivo arte popular) el grito patético y el fervor con la brillantez formal”. Foto: López Así podríamos seguir con otros autores, pero vamos a terminar, como muestra de fuentes foráneas, con la definición del Diccionario Oxford de La Música –scholes-: “Canción folklórica andaluza que se canta sin acompañamiento en Semana Santa, y cuya letra invariablemente de carácter religioso, alude a las circunstancias de La Pasión y se dirige a las veneradas imágenes o “pasos” que desfilan por las calles en esa época. Pueden tener dos tres o cuatro octosílabos (a veces hasta seis); su música, de marcada influencia morisca, exige un particular virtuosismo en el estilo del cante hondo”. Por su parte, Juan de la Plata, acentuando su carácter religioso, escribía: “ las saetas, coplas definitivamente incluidas en el acervo musical y literario del cante flamenco, no son otra cosa que eso, tratados de vida espiritual, mínimos ejercicios espirituales, cursillos de cristiandad, urgentes y sobre la marcha, para la gran muchedumbre” (la Saeta…Jerez 1984, 9). ¿De dónde su nombre?
Los estudiosos están de acuerdo en que es una de las denominaciones mas acertadas del cante flamenco, pero su origen sigue sin ser totalmente explicado perdido su nacimiento en el inconmensurable misterio de los inicios del cante. No obstante la multiplicación de estudios e investigaciones van desbrozando un camino que poco a poco nos va llevando a completar el maravilloso mundo de la saeta. Y sobre todo cuando saeteros, como Carlos Piñana, investigan y recrean estilos antiguos de escalofriantes sensaciones y los cantan por derecho para gozo y sorpresa del oyente y gloria y dulcedumbre de nuestro Señor. Decir que etimológicamente la palabra saeta procede del latín “sagitta” es obvio. Muy bien lo explicó Fray Diego de Valencina. Pero lo importante es saber cuando el “arma arrojadiza”, la flecha, la saeta ballestera se hace canto popular y después cante flamenco. Por eses camino iremos, aunque a nuestro entender habrá que remontarse a los siglos XVI y XVII para iniciarlo y, tras la formación y transformación de los XVIII y XIX, llegara a la plenitud del XX para alborear el XXI con fe y esperanza en este cante maravilloso e impetratorio. “No hay quien pinte la agonía,
ni tampoco el padecer que lleva al rayar el día el Cristo del Gran Poder” Nos iremos al tiempo lejano en que la saeta ha desplazado a la flecha y la ballesta al arco, como arma preferida para la caza, y cuando la caza, dejemos hablar a la poesía, se transforma en imagen lírica del amor. Y por la cetrería del amor, al llevarla “a lo divino”, caeremos en los brazos de la Mística, pues, en esencia, nuestro cante es la plasmación musical de la “unión mística” con Cristo Jesús desde una perspectiva radicalmente popular.
“En el corazón le da
la saeta del amor; caza tiene el pecador”. Coplas como estas de Gregorio Silvestre (del Romancero y Cancionero Sagrado…) nos suenan a verdadero cante. Insistimos, nos vamos a los siglos XVI y XVII, con las renovaciones litúrgicas del Concilio de Trento, siglos de creación de las Hermandades Penitenciales en Sevilla, Baeza y otras ciudades (aunque las hubiera de los XV y XIV), de Los Rosarios de la Aurora, con sus “Campanas de auroras”, siglo del gran auge de las órdenes religiosas, como los Franciscanos y los reformados Carmelitas Descalzos, de elevado espíritu religioso popular, cuando se van creando las comunidades gitanas y la influencia morisca y la presencia judeoconversa se muestran latentes, y cuando florecen grandes escritores y sobre todo geniales imagineros: Martínez Montañez, Los Mora; Los Roldán, Gregorio Fernández, Los Rojas, etc. Y ya en el siglo XVIII el gran Salzillo. En definitiva, es el siglo de oro de donde parten las más profundas raíces de la saeta (…). Los padres Franciscanos, estando tan viva la saeta en la lírica, no tienen que buscar mucho para dar tan ajustado nombre a sus cantos pasionales.
Foto: López
Su ambientación y geografía
Para que la saeta se hiciera cante fue necesario que se dieran las condiciones oportunas que no eran otras que la conjunción del sentimiento religioso plasmado en nuestras Semana Santa y el sentido musical y lírico en las personas que viven la Pasión y Muerte del Redentor. Insistimos, la saeta necesita de esa ambientación que le proporciona la semana mayor del cristianismo, pues no en vano nació para cantar el dolor con el dolor, la Pasión con la pasión, la amargura con la amargura, ya que, como escribía Alfonso Grosso, “la voz del pueblo no canta sólo las tristezas y las injusticias del Gólgota, sino sus propias injusticias y tristezas también” (…) Y, si nació en Andalucía, partiendo de los pueblos del corazón del cante, pronto rompería con el tiempo las barreras de Despeñaperros y Sierra Nevada para expandirse por Badajoz, La Mancha, y sobre todo por esa hermosa región murciana tan profundamente religiosa y tan alegremente cantaora (…).
La pasión en el cante flamenco
Venimos hablando de la saeta, de la que decía José María Pemán “especie de oración silvestre y espontánea, con algo de copla y algo de sollozo, es la cifra y compendio de la devoción andaluza”, añadiendo que “en ella se increpa a Judas y a los Sayones, se departe amistosamente con San Juan, se piropea a la Virgen y a las Marías y se lloran los dolores de Cristo con una familiaridad tan candorosa y sencilla y al mismo tiempo con tal sentido de la realidad plástica y viviente que, más que viendo desfilar una cofradía por la calle, parece que estuviese el pueblo viendo pasar el trágico cortejo de Cristo, camino de la muerte, en las faldas mismas del Calvario”. Pero no solamente se canta la pasión de Cristo con la saeta. Comentaba Juan de la Plata que existen otras coplas andaluzas en las que ya se anuncia premonitoriamente la redención del mundo a través de la Cruz, y recordaba los villancicos que se vienen en llamar “pasionales” (…). El mismo autor pone de relieve antiguas sevillanas corraleras (…). Por nuestra parte recordamos aquellas de “El Pali” con temas de Semana Santa, como la de Costaleros de Triana (…). De Igual manera ocurre con fandangos, muchas veces cantados como “Saetas por fandangos” que en realidad son fandangos con letras religiosas o con las soleares. Para llegar así a otros cantes como la seguidilla, las tonás o la preciosa Debla. Estos últimos palos nos llevan directamente a la saeta flamenca como después veremos.
Orígenes y clases de saetas.
Volvemos a finales del XVI, pero no por capricho nuestro, pues lo que suponíamos, lo hemos visto confirmado últimamente. Preparado esta conferencia, oyendo muchas saetas, escuchamos la cantada por Curro Piñana en su magnífico CD de hace unos años, como “estilo ya perdido”: “Las cumbres se estremecieron
y Roma tembló de espanto, los falsos se arrepintieron, llenos de terror y espanto la penitencia pidieron” La llamada Saeta Marchenera la he vuelto a escuchar al gran cantaor hace tiempo fallecido Pepe Marchena. La llama “Saeta Litúrgica” contraponiéndola con otras dos que canta antes, y en su propia voz dice: “las cumbres se estremecieron... saeta sin melodía del siglo XVI, en la Antología del cante del maestro Pepe Marchena”. Es, pues una confirmación clara de uno de los cantaores que mas sabía de esto con Mairena y Valderrama.
En nuestra opinión, el proceso de formación de las saetas sucedería de la siguiente manera:
Saetas litúrgicas
Un primer periodo en el que los frailes Franciscanos realizan sus cantos litúrgicos en tiempos de misiones y en procesiones que desembocarían en las llamadas saetas litúrgicas, o antiguas que bien podrían llamarse Franciscanas. La primera referencia escrita la debemos a Fray Antonio de Escaray que escribe en Sevilla en el año 1691 lo siguiente: “Mis hermanos los reverendos padres del convento de nuestro padre San Francisco todos los meses el domingo de cuerda, por la tarde, hacen misión, bajando la comunidad a andar el Víacrucis con sogas y coronas de espinas, y entre paso y paso cantaban saetas”. Y concreta: “el nombre de saeta se lo pusieron los Frailes”. Al mismo tiempo, las hermandades de la Virgen del Rosario y de la Aurora tenían sus cuadrillas de hermanos cantores, “Campanas” como las que podemos oír todavía en Murcia y en algunos otros lugares, que en sus letras de Semana Santa cantaban algunas como estas recogidas por Peláez del Rosal y Jiménez Pedrajas:
“¡Oh Jesús, que atado a una columna
ofreces tus carnes al mas cruel dolor, ese cuerpo blanco y sonrosado cual lirio tronchado, nos muestra tu amor! Por ese favor decid: ¡Viva, viva en la columna Jesús, amoroso glorificador”. Estas canciones, cantadas por “Campanilleros” han sido gravadas como cante flamenco por la Niña de la Puebla y otros.
Por último recordamos, en cuanto a estas saetas litúrgicas, que en el último tercio del siglo XVII, Fray Diego José de Cádiz, ya beato, entonaba este tipo de saetas.
La saeta llana, popular o folclórica.
En su libro “Saetas Populares” Agustín Aguilera Tejera escribe: “Pero llega un momento en que la saeta se emancipa (se entiende que de la saeta litúrgica), rompe los lazos procedencia que lo uniera a los dramas sacros, olvida sus orígenes moriscos, deja de ser exclusiva de misiones y prácticas devotas y volando con alas propias, adquiriendo forma independiente, vuela a labios del pueblo para convertirse en expresión del sentir popular al paso de las imágenes de Semana Santa”. Hay autores que se refieren a Sevilla como el lugar donde se inicia esta transformación, y otros apuestan por Marchena, Puente Genil o Cabra. Pero la realidad es que el cambio se produce en muchos mas lugares, pueblos y ciudades de forma simultanea y prácticamente independientes unos de otros, pues la intercomunicación social de aquella época no permitía muchas ni rápidas innovaciones. De ahí que cada saeta nueva se fuera presentando en el seno de la misma población o de la misma comarca, de Semana Santa y de la voz de los buenos saeteros que iban surgiendo en el seno de las propias cofradías. Surgen así las llamadas “Saetas Autóctonas”
De esta manera nos quedan los sones de la “Saeta Cuartelera” de Puente Genil, que se cantaba en corro y a coro, la “Samaritana” de Castro del Río, las once saetas antiguas de Marchena, las de Mairena de la Arcor, etc. Pero también podemos continuar con otras áreas como las saetas de Arcos de la Frontera, La Puebla de Cazalla, o las menos estudiadas de mi tierra: las de Jaén, Arjona, Úbeda, Villanueva del Arzobispo o los cantes de Pasión de Villacarrillo, que se hacían y se hacen a dúo.
De éstas del Santo Reino escribe José Montañez que “casi todas guardan una gran similitud con el canto gregoriano, y es sabido que en la mayoría de las ciudades andaluzas, o en sus proximidades, existían en tiempos conventos de frailes Franciscanos o Dominicos –yo añadiría, y Carmelitas Descalzos-. Una vez desaparecidos estos enclaves de las congregaciones mencionadas, el pueblo llano reproduce los cánticos que de ellos han recogido y los modifica”.
La saeta flamenca
El paso siguiente en Andalucía, sobre todo en la Baja, en los alrededores de Jerez según nuestra opinión, fue la adaptación de la saeta llana o popular al cantar flamenco, surgiendo así la saeta flamenca a finales del XIX y primer tercio del XX. De nuevo convivieron los dos grupos, y no siempre con el aplauso general. A este respecto Alfredo Cazabán escribía en 1926 a favor de la saeta autóctona de Jaén pidiendo que no tuvieran influencias extrañas ni exóticas, incluyendo entre estas la adulteración e influencias nocivas de distintos estilos como el denominado “canto flamenco o canto hondo”, dando su apoyo a la saeta antigua de serena dulzura y sublime sencillez, ofrenda de amor y sentimiento, y sin necesidades de demostraciones de las facultades de la voz del cantaor, mas o menos profesional. De nuevo, otra vez con Mairena, opinamos que la saeta flamenca viene, en su forma inicial de de seguiriya, de Jerez de la Frontera, de donde pasa a Sevilla y en Triana se engrandece como verdadera seguiriya, a la que algunos cantaores van a incorporar como “cambio o macho” la Toná de Cristo, haciéndola mas larga y hermosa.
Seguimos pues la evolución de acuerdo con elo escrito por Eusebio Rioja en la reciente “Historia del Flamenco”, este autor recuerda que es “un proceso evolutivo perfectamente documentado por las grabaciones discográficas de aquellos decenios (diez y veinte del siglo pasado) en los que notamos primero un singular virtuosismo en el canto de la saeta llana (La Rubia de Málaga, por ejemplo), el paso a una balbuceante estructura de seguiriyas después (las mas antiguas grabaciones de la Niña de los Peines, verbigracia) y el logro de la forma definitiva con posterioridad, plasmada en los años veinte por las voces de los saeteros de la época ya mencionados” (Enrique el Mellizo, Manuel Molina, Antonio Chacón, Los Manueles Torre, Centeno y Vallejo, y el Gloria, etc.)
La segunda clase de saeta flamenca son las “Saetas por Martinetes”, que presentan parecidos oscuros orígenes y es criterio que se empiecen a cantar después de las anteriores, y siendo un gran acierto interpretativo por añadirles el carácter patético y el desgarramiento emotivo del Martinete. También parecen de la comarca de Jerez.
El tercer estilo es las “Saeta por Carceleras”, cuyo nacimiento se sitúa en Córdoba y es coetánea de la anterior. Un nuevo estilo de saetas lo forman las “Saetas Malagueñas”, que surgieron de la costumbre de cantar algunos saeteros varias saetas seguidas a mediados del siglo XX, dando paso en Málaga al canto de una saeta por seguiriya seguida de otra por Martinete, y en 1952 Pepe de la Isla las unió de una forma brillante y especial. Son pues tres las características que hacen que la unión de dos saetas se transforme en saeta Malagueña: a) Saeta por seguiriya y saeta por Martinete, b) tercio de unión “largo, ligado y poderoso”, y c) una cadencia singular que se acompasa a la llamada “mecía” especial que se da a los tronos en las procesiones de Málaga. Este estilo lo engrandeció Antonio de Canillas, que redobló el martinete, y a partir de 1989 Pepe de Campillos le añadió otra poderosa novedad al suprimir las “salía o ayeo” y la seguiriya.
Poesía de la saeta
Por otra parte, para que la saeta sea completa debe tener una copla adecuada, bella y emotiva. Y si en muchos casos la copla tiene un origen anónimo y popular, en otros su autor es conocido y reconocido como poeta. Como en el Flamenco, y en general, en la poesía cancionero, lo culto y lo popular se amalgaman estrechamente, pues, recordando lo que ocurre con el Trovo murciano, los poetas populares se hace en cierta forma y a su manera cultos y por otro lado muchos poetas han pretendido y pretenden acercarse a la poesía popular con sus canciones. Esta corriente se puede ver iniciada con Ángel Ferrán y los poetas románticos, a los que siguen en el siglo XX, por influencias de Manuel Machado y la generación del 27, una gran nómina de poetas. Aunque, ya lo decía Manuel Machado: “Hasta que el pueblo las canta,
las coplas, coplas no son. Y cuando las canta el pueblo, ya nadie sabe su autor”. La saeta es, como toda copla, una manifestación literaria, una estrofa, generalmente de cuatro o cinco versos octosílabos. El valor literario de la copla flamenca es enorme, por espontaneidad, sencillez, concisión, justeza de expresión, veracidad, sentimiento, etc. Y tradicionalmente han sido inventadas más que escritas por el propio cantaor –o, como en el Trovo, por una persona que se la dice al oído al cantaor, por ejemplo Manuel Vallejo que llevaban unas hojas de su puño y letras, publicadas en Candil-, generalmente anónimo, por lo que ha pasado así al acervo popular.
Tan importante es el lirismo de estas coplas, incluidas la saeta, que es un deseo constante de los poetas, de la poesía culta, el acercarse a la profundidad del verso popular. Y de ahí que tantos poetas conocidos escriban coplas y saetas.
Música de las saetas
Definiendo las saetas como hacen Phoren, “canto grande, a palo seco, no se baila ni se toca”, vemos que es un cante sin acompañamiento como la Debla y el Martinete, y de alguna manera procedente del tronco de las Tonás, según la mayoría de los autores. Median Azán creía que era una oración de los judíos conversos. Andrade da Silva, al hablar de la saeta primitiva de Arcos, comenta dos formas la que era “un canto liso y llano acompasada de instrumentos rudimentarios de viento que hacían los propios cantaores, y la de estilo florido y difícil de acento religiosamente popular que acusaba en su contorno melódico una ligera seguramente inconsciente influencia gregoriana”. José Luis Buendía, apoyándose en el musicólogo Maunin Labaidy, insiste en la relación musical de la saeta con las raíces de procedencia árabe y judía. Otros como Jacinto Martín recuerdan la influencia de los cantos sinanogales hebreos. En nuestra opinión y en atención a los que ya sabemos sobre los tres grupos de saetas, hay que matizar lo anterior sobre el origen musical y las influencias. Así, las primitivas saetas litúrgicas de los Franciscanos tendrían un claro origen de canto religioso de la Iglesia, del canto gregoriano tan indebidamente abandonado. Una prueba interesante de la inicial presencia del cante gregoriano es que para realizar la trascripción a la anotación moderna, como decía Cazabán, “es imprescindible para más fiel y exacta veracidad escribirla en notación neumática”; es decir, esos signos o neumas que se desarrollaron a partir de acentos gramaticales y que primero en líneas y a partir del siglo XII en notación cuadradas representan la música gregoriana, que es diatónica y que se escribe en un tetragrama con la puntuación cuadrada.
Hasta que aparecen las “saetas autóctonas” no se acentúa la influencia árabe y la judeoconversa, lógicamente en pueblos y barrios donde la presencia de población mozárabe y de “cristianos nuevos” hace que se vayan incorporando a las prácticas religiosas cuaresmales, destacando una u otra influencia según el predominio de una u otra comunidad. De ahí la enorme variedad de saetas llanas o populares con sus melismas peculiares y sus complicados matices.
La aportación de la comunidad gitana se daría a través del Cante Flamenco, plasmándose en la “saeta flamenca”.
En otro sentido, debemos comentar que, efectivamente, la saeta es un cante sin acompañamiento, pero vemos que, desde las primeras grabaciones se solía iniciar con toques de trompetas y tambores e incluso de compases de marchas procesionales. También en la actualidad se viene haciendo en algunas ocasiones, como lo hace Curro Piñana. Otros cantaores podríamos recordar, Enrique Morente, y, en una novedosa presentación actualísima, Diana Navarro.
Actualidad de la saeta
Para terminar esta aproximación a la saeta queremos hacer un breve recuerdo a los grandes maestros que se han distinguido en el cante de saetas. Es cierto que no todo gran cantaor ha sido gran saetero. Empezamos la nómina con el arcense Tomás el Nitri para seguir con Manuel Torre, Centeno, Macandé, María la Gazpacho, la Niña de los Peines, el Gloria, Vallejo, etc. Y los más cercanos, como el gran Manolo Caracol, Antonio Mairena, Valderrama, Marchena, Pepe Pinto, Rafael Romero, y más tarde Naranjito de Triana, Fosforito, etc. En nuestra época, y como muestra de la actualidad y de la grandeza de la saeta, queremos hacer la cita de tres grandes voces. Rocío Jurado, también saetera de voz excepcional, aunque tildada de folclórica en este palo. Curro Piñana, al que una vez más hemos de felicitar por su magnífico disco de saetas, exponente del mejor cante flamenco murciano. Y Diana Navarro, a la que aplaudimos por la inclusión de su espectacular saeta en su disco, ya muestra del flamenco que se va a realizar en nuestro siglo XXI. (…)
(Reproducción de la conferencia pronunciada por D. Guillermo Sena Medina, con autorización expresa del autor, el cual nos remitió una nota con la siguiente dedicatoria a la Cofradía: “Yo no olvido a Murcia ni a los murcianos. Felicidades por el X aniversario, y mis mejores deseos para los cofrades de la Pasión de Cristo, en la seguridad de que este año será más hermosa la celebración de la Semana Santa de Cehegín”).
**** NOTAS HISTÓRICAS DE LA PONTIFICIA, REAL Y VENERABLE COFRADÍA DE STMO. CRISTO DE LA ESPERANZA , MARÍA SANTÍSIMA DE LOS DOLORES, Y DEL SANTO CELO POR LA SALVACIÓN DE LAS ALMAS, Erigida canónicamente en la iglesia Parroquial de San Pedro Apóstol, de la ciudad de Murcia, desde 1754.
Por D. Miguel López García, Secretario General Por tercer año consecutivo, al cumplirse el décimo aniversario de la fundación, la Cofradía de la Pasión de Cristo nos invita a participar en su revista anual. En esta edición, junto con nuestra más sincera felicitación, hemos creído de interés plasmar unas breves notas históricas que ayuden a los lectores a conocer el origen y evolución de nuestra secular congregación. Aunque los orígenes de la primitiva Cofradía de la Esperanza se remontan al siglo XVI, - cuando los congregantes, en torno a al Cristo de la desaparecida ermita de San Ginés, asumían la obligación de socorrer a los menesterosos, acompañar a los reos condenados a muerte, evitar los duelos de capa y espada, e invitar a los pecadores a la penitencia para salvar sus almas -, la primera constancia documental que obra en la Cofradía es el acta levantada el día 29 de abril de 1754, en la que, siendo cura teniente de la iglesia de San Pedro de la ciudad de Murcia D. Patricio López, consta la erección canónica, en dicho templo, de la Congregación del Santísimo Cristo de la Esperanza y Santo Celo por la Salvación de las Almas, filial de la que con el mismo nombre existe en Sevilla desde 1724, protegida por Real Decreto de S.M. el Rey Felipe V.
Desde su fundación, la Cofradía se caracterizó por dar cabida a clérigos, frailes y laicos sin distinción de sexo, hecho bastante extraño en una época en que las mujeres tenían muy limitado el acceso a la condición de cofrades. Esta característica de la Congregación posibilitó que en sus filas pudieran figurar Francisco Salzillo Alcaraz, su esposa, y su hermano Patricio Salzillo que fue sacerdote con capellanía en la propia iglesia de San Pedro. Así mismo, la vinculación de la familia Salzillo a nuestra Cofradía hizo que el genial escultor realizase, sin cobrar honorarios, la imagen del Santísimo Cristo de la Esperanza.
Fieles a sus primitivas Constituciones, durante los siglos XVIII y XIX los cofrades desarrollaban en el interior del templo una serie de cultos destinados a honrar a su Titular, destacándose la celebración litúrgica de la Exaltación de la Santa Cruz, y las distintas procesiones penitenciales que con motivo de calamidades acaecidas en la ciudad y la huerta, se realizaban para implorar la protección del Santo Cristo.
Entre las gracias y prebendas concedidas a esta Cofradía destaca la Bula Pontificia dada en Roma por su Santidad Benedicto XIV el 10 de marzo de 1755, por la que se concede indulgencia plenaria a todos los congregantes que, arrepentidos y confesos, reciban la Sagrada Eucaristía ante la imagen del Cristo de la Esperanza, y además, autoriza a la Venerable Cofradía para utilizar el título de Pontificia, y ostentar en su escudo la tiara papal, las llaves de San Pedro y el Ancla, símbolo de que solo la Cruz es la Esperanza de la Salvación.
En 1953, el reducido grupo de congregantes, que mantenían en San Pedro el culto al Stmo. Cristo, acordaron dar a la primitiva Congregación una nueva configuración, y continuando con las Constituciones del S.XVIII, por decisión expresa del Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Ramón Sanahuja y Marcé, Obispo de Cartagena, formaron un cortejo Procesional con las imágenes del Stmo. Cristo de la Esperanza (1755) y la Stma. Virgen de los Dolores (1756), magníficas tallas de Francisco Salzillo que recorrieron por primera vez las calles de Murcia, en procesión-vía crucis, el Domingo de Ramos día 11 de abril de 1954.
En 1955 los nazarenos adoptan para sus túnicas el color verde, y en la Procesión celebrada el 25 de marzo del año siguiente se unen, al Cristo y la Virgen, dos nuevos pasos: San Pedro Arrepentido, realizado por Salzillo en 1780 para presidir el retablo mayor de la Parroquia de su nombre, y Nuestro Padre Jesús de la Penitencia, Nazareno obra de Santiago Baglietto del año 1817.
Durante más de veinte años la Cofradía solo contó con los cuatro tronos indicados con anterioridad, pero a partir de 1978 comenzó un periodo de notable desarrollo durante el que se incluyeron los pasos de San Juan Evangelista (1978-1984), El Arrepentimiento de María Magdalena (1983) y la Entrada de Jesús en Jerusalén (grupo realizado por José A. Hernández Navarro en 1984). Con todo ello, hoy, la Cofradía del Santísimo Cristo de la Esperanza, compuesta por siete tronos y ocho hermandades, cuenta en sus filas con más de 1.500 cofrades, y se ha convertido en una de las más importantes de cuantas desfilan en la Semana Santa de Murcia, lo que le hizo acreedora, entre otras distinciones, de la “Medalla de Oro de la Ciudad” que como reconocimiento a la labor desarrollada a lo largo de más de 250 años de historia le fue entregada por la Corporación Municipal el 28 de marzo de 2004.
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SANTA MARÍA MAGDALENA SEGÚN LA IGLESIA CATÓLICA Por el Rvdo. D. Serafín Campoy Reinaldos, Parroco de Sta. Maria Magdalena. María Magdalena es venerada oficialmente por la Iglesia católica como Santa María Magdalena y su fiesta se viene celebrando desde tiempos remotos el día 22 de Julio. Su nombre hace referencia a su lugar de procedencia: la ciudad de Magdala, situada en la costa occidental del lago Tiberiades.
Mientras que el cristianismo oriental honra especialmente a María Magdalena por su cercanía a Jesús, considerándola igual a los apóstoles; en Occidente se desarrolló, basándose en su identificación con otras mujeres de los evangelios, la idea de que antes de conocer a Jesús se había dedicado a la prostitución. Foto: López Esta idea nace, en primer lugar, de la identificación de María con la pecadora de Lc 7: 36-50 de quien se dice únicamente que era pecadora y que amó mucho; en segundo lugar, de la referencia en Lc 8: 2, donde se dice, esta vez refiriéndose claramente a María Magdalena, que de ella habían salido siete demonios. Como puede verse, nada en estos pasajes evangélicos permite concluir que María Magdalena se dedicase a la prostitución. Por otra parte, no se sabe con exactitud cuándo comenzó a identificarse a María Magdalena con María de Betania, la hermana de Lázaro, pero ya en una homilía del Papa Gregorio Magno (muerto en 591) se expresa inequívocamente la identidad de estas tres mujeres, y se muestra a María Magdalena como prostituta arrepentida. Por eso la leyenda posterior hace que pase el resto de su vida en una cueva en el desierto, haciendo penitencia y mortificando su carne, y son frecuentes en el arte occidental las representaciones de Magdalena penitente, como es el caso de la bellísima imagen que procesiona cada martes santo la cofradía de la Pasión de Cristo y que es la titular de la Iglesia Mayor de Cehegín. En la tradición católica, por lo tanto, María Magdalena pasó a ser un personaje secundario ya que, a pesar de su indudable importancia en la tradición evangélica, pesaría mucho su anterior pasado como pecadora pública. Sin embargo, en 1969, la Iglesia Católica retiró del calendario litúrgico el apelativo de penitente adjudicado tradicionalmente a María Magdalena; así mismo, desde esa fecha dejó de emplearse en la liturgia de la festividad de María Magdalena la lectura del evangelio de Lucas, Lc 7: 36-50 acerca de la mujer pecadora. Desde entonces, la Iglesia Católica ha dejado de considerar oficialmente a Maria Magdalena como una prostituta arrepentida. No obstante, esta visión continúa siendo la predominante para muchos católicos. ****
UNA DÉCADA EN VERDE ESPERANZA
Por D. Antonio González Noguerol Como cada florecimiento primaveral, desde la noche de los tiempos, nuestro pueblo, viejo pueblo cristiano, se apresta a rememorar la Pasión, Muerte y Resurrección del Crucificado con sus antañonas solemnidades: Novenarios, Pregón y lucidos desfiles procesionales, todo ello, como es tradicional, con la inseparable compañía de la música, la más bella de las artes.
Hace diez años, por el 1997, una nueva cofradía se incorporó a las celebraciones, un grupo de amigos ilusionados con la Semana Santa y ante la ausencia de procesión en el Martes Santo, decidieron cubrir ese espacio, mejor dicho, colmarlo de “pasión semanasantil”, —si se me permite la expresión— y organizaron un desfile evocando uno de los escenarios de la Pasión: la Oración del Huerto de Getsemaní con el episodio del Beso de Judas al Maestro, símbolo paradigmático de la traición. Un hermoso atavío resultó de sus proyectos y el Verde Esperanza vino a engrosar el catálogo de matices semanasanteros, un color que desde el primer año caló hondo entre los cehegineros, debido a su uniformidad y nobleza, conjuntado armónicamente por el acierto en los tornasolados. Desde entonces, pese a denominarse “Cofradía de la Pasión de Cristo”, quizás fueron más conocidos popularmente como “Los Verdes”. Foto: ¨López
De esta forma, un año tras otro, con innovaciones sucesivas que han resultado de una enorme brillantez, incorporando nuevos pasos y ornatos, hasta “llegar y besar el santo” con un impactante trono compuesto por las efigies de Jesús y Judas, obra del imaginero Hernández Navarro. En definitiva, debemos felicitar a la cofradía y congratularnos al tiempo por haber disfrutado de ese esperanzado martes durante una década, en la que se ha logrado aportar el máximo esplendor a la semana santa ceheginera. Y así, como cada martes santo en estos últimos nueve verdes años, el cortejo se adueñará de las calles ceheginenses, mientras las luminarias, cofrades noctámbulas, claveteadas en la cúpula celestial se verán reflejadas en la procesión, contemplando la solemnidad que se filtra por el “Camino de la Amargura”. Es el tono verdegal empapando el laberíntico Cehegín. Felicidades por ese resplandeciente decenio. |